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Puntos de referencia 

Desenmarañar los nudos, encontrar raíces.

 

Dejar caer hilos, fracasar y a veces encontrar.

He tirado hilos

 soltado partes de mí

fragmentos que se escurren por las piernas

palabras que escribo

 y no reconozco.

 

Callé, llevo días de silencio para encontrar donde escribir.

Me pregunto ¿qué vale narrar?

¿qué preguntas nos podemos hacer aún en estos tiempos?

¿qué no hemos mirado, succionado, agotado ya?

 

Quiero hacer preguntas a los cuerpos

volverlos a mirarlos

atravesar

desconocer y volver a preguntar.

 

Hemos vendido cuerpos

dejamos invadir la cabeza

sentimos algoritmos

repetimos ideas.

 

Siento agotamiento.

Mi capacidad de asombro se ha esfumado

Tengo miedo a morir,

a desaparecer de la faz de la tierra y que me quede llorando.

 

Hay algo dentro que no está funcionando

algo que no logra salir y se atora en mi garganta, 

quiero correr en un campo frente al mar,

gritar,

volver a empezar.

 

Quisiera pararlo todo.

 

Momentos de verdad,

volver a mirar,

ahí un instante.

El perro sobre la cama, todos duermen ya. Aquí las paredes me contienen

afuera el mundo

que avanza.

 

PRESENTACIÓN

ESTO ES UNA PIEZA que se descubre,

fragmentada,

con espacios de silencios,

para contemplarlos

abrazarlos,

volver a confiar.

Des-encontrarnos

enamorarnos.

Y continuar.

 

Esto debe leerse-escuharse con los ojos cerrados,

con el pájaro en medio de los cables,

la ropa mojada por la lluvia,

el silencio de los autos.

 

Escribo al fin de cada día,

escribo corto,

antes de que el insomnio venga.


 

El artista no debería sentir vergüenza, debería sentir su época ir un paso más allá. Pero se ha corrido tanto que no sé quién ha corrido ya. 

 

Las palomas soltadas en lugares que les resultan desconocidos encuentran el camino de regreso a sus palomares desde miles de kilómetros de distancia, aún en días nublados.

 

Yo llevo un tiempo buscando mi hogar, estos tiempos me llevaron a mi casa, la limpie, sacudí el colchón, quité las telarañas, encendí la estufa. Volví a mirar al perro que me vio crecer y dormí. No sé si esta casa ya es hogar. Pienso que los hogares habitan otra temporalidad. Quizá descubramos hogares en momentos como un trago de café, rodeado de aroma de humedad antes de llover…

 

Yo sí tengo vergüenza de no saber estar, de mi repentina intranquilidad que no me deja estar. Miro un pájaro y pienso, me vienen palabras a la mente y recuerdo las palabras de mi padre, mientras el agua de la regadera corre antes de calentarse. Pienso que debería ejercitar mi concentración, no hacer nada y contemplar, entonces siento que algo no está funcionando, me duele el pecho por no poder parar, afuera, la vorágine de andar. Entonces pienso en mi infancia en los momentos sin vergüenza y mi cuerpo tirado sobre el pasto viendo nubes pasar. Un artista debería sentir vergüenza, sentirlo todo, ser una mixtura de emoción, vomitar ideas, tejer con ellas. Aunque creo que un artista no debería hacer nada, o quizá sí, no morir en una pandemia.

 

Temprano hay pájaros que cantan:

 pasto que cruje debajo de mí.

Arriba los pájaros

en medio pensamientos

suspendidos 

de ayer. 

 

La tierra guarda

cosas que no buscan salir.

Aquí obsidianas

regadas por doquier,

aquí historias:

de tierra

de pasto-mojado

de cuerpos

como el mío

deseando.

 

Miro en medio.

Lejos explota,

el mundo:

que trabaja

que escribe

que duerme.

 

 

Construir 

Te propongo un trato:

vamos a cavar hoyos,

vamos a devolver los instantes

a la tierra,

vamos a enterrarlo todo,

vamos a perforar la tierra. 

Tenemos que hacerlo con las manos,

tenemos que sentir lo que es desgarrar el pasto, 

sacar las raíces,

vamos a hundir los dedos.

Sentir la humedad bajo las uñas.

Vamos a guardar instantes.

 

 

El gozo por hacerlo,

de venir acá

Un lugar. Camino por las calles para llegar acá, la gente se junta, va de un sitio a otro y se pone a mirar. Yo los miro mirar, veo como miran la comida en los platos. Los platos de barro, como los de la abuela. Un día ella abriendo su alacena, sacando platos, ollas, doblando servilletas. A cierta hora, antes del encierro, ella cruza la calle, sale por más comida.

Yo la espero en la cocina porque afuera hace sol, miro los azulejos azules de la cocina, encuentro el salero entre los frascos anaranjados de plástico. La cocina huele a epazote. Ya casi es hora de comer.

Un lugar, un día, a cierta hora una abuela cruza la calle.

 

 

Nada tiene que ver aquí una lechuga.

Sucesión de imágenes,

sumatorias,

para redireccionar la mirada. 

 

Según wikipedia, la lechuga viene de la India, hay más de dos mil variedades, antes era silvestre, ahora es comestible, hay de hojas suaves. Antes.

 

Todo encuentra un lugar dónde estar, al menos por un instante.

 

Una lechuga:

se come

  se deshoja

   se corta

    se lava

     se mira

      se regala

      se compra

       se coloca sobre la mesa

       se parte en dos

       se dehoja

   se toca

se enfría

se sirve

   se separa

    se riega

    se mira crecer

   se siembra

   se vuelve a plantar

  se tira

se almacena

se deja pudrir

se olvida

se pone en platos

se agarra con un tenedor

se toma con la mano

se reparte

  se analiza

   se mira

    se hace preguntas

     se esconde

      se roba

       se investiga

        se ignora

         se desprecia

          se pone dentro del regrigerador

           se avienta contra una pared

            se hace una cuna infinita

             se pica

               se hace papel

                se mete entre las uñas

                 se olvida sobre la mesa

                  se pisa

                   se vuelve a mirar

                    se corta

                     se aplasta

                      se talla

                       se frota

                        se unta

                         se muele

                           se digiere

                            se caga

                            se vomita

                          se escupe

           se queda entre los dientes

se mete en la boca

   se mete debajo de una venda

 se acaricia

se frota

 

Vengo de una tierra explotada,

se llevaron las aguas a la ciudad.

Soy de un pueblo que resiste.

Tengo la piel morena,

mis ojos son oscuros,

mis sueños casi imperceptibles

a la gran

vorágine 

de la ciudad

de mi pensar.

 

Tengo la piel morena,

no por exotismo.

Mi abuelo trabajó el campo,

mi bisabuelo hizo chinampas,

mi tatarabuela llevaba la comida cruzando las canoas,

escondió a su hija para que no se la robaran

cuando pasó la revolución

nadie sabía qué hacer,

a ella sí se la robaron,

mientras

había que regar el maíz,

llevar la verdura a venderla.

 

Vendían lechugas.

 

Vengo del campo

y apenas estoy aprendiendo a sembrar.

Me canso rápido,

estoy aprendiendo a caminar.

Sé que el sombrero se usa aunque no haya sol.

                                            que ahora es tiempo de lluvias, 

y que ya vendrá el tiempo de cosechar.

 

Mis zapatos caminan por los campos, 

no reconozco lo que piso,

pienso en lo que leo,

en lo que hay que reflexionar,

que urge volver a pensar.

Mientras.

Escucho los pájaros a mi alrededor,

y me pregunto si ahora cantan más alto.

Reflexiono.

 

Confío.

 

Quiero crear puntos para habitar,

espacios para despertar.

 

 

 

 

UN INSTANTE IMAGINARIO

Aún no amanece, se escuchan los grillos. La abuela Lena se puso su delantal, encendió la estufa, puso agua a calentar. Después de un tiempo la cocina se calienta, los trastes se cubren de vapor. Al lado de la olla con agua hay otra con el pinole de ayer. Lena se levanta y muy ágilmente mueve la silla para subirse en ella y alcanzar de la alacena, la bolsa de papel. Adentro hay bolillos que pone sobre la mesa, sirve el atole. El niño se despierta y corre a la cocina, se escuchan los zapatos atravesar el pasillo, se sienta, saluda y sorbe un poco de su taza. El abuelo entra, deja su sombrero en el respaldo de la silla, saca las manos debajo del jorongo, mira al niño, hace una mueca que parece una sonrisa. 

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